Cuando la pantalla se apaga, me veo

No vine a Aviator por la recompensa. Vine porque mis manos temblaban tras la medianoche, tras un largo día de sesiones en Manhattan, donde el silencio era más fuerte que cualquier algoritmo. La primera vez que hice ‘Take Off’, perdí 50€. Luego 100€. Luego 200€. Nunca llegó el bote. Pero sí sucedió: la pausa entre giros. Fue entonces cuando me vi —no el multiplicador, no el tablero— sino mi respiración lenta, como un avión deslizándose entre nubes al amanecer. RTP? Es del 97%. Lo que importaba era el ritmo —el latido tranquilo de apuestas pequeñas, BRL 5 por ronda. Dejé de perseguir multiplicadores altos. En su lugar, establecí un presupuesto diario: BRL 80 máximo. Usé el modo ‘Sky Surge’ —no por emoción— sino por quietud. Cada vuelo duró exactamente 20 minutos —ni más, ni menos. El juego se convirtió en mi app de meditación —un ritual silencioso antes de dormir, contrarrestando el ruido de los algoritmos que me decían que no era suficiente. Me uní a la Comunidad Starflight —no para presumir victorias— sino para escuchar las historias ajenas: ‘Perdí tres veces… luego me fui.’ ‘No gané… pero me sentí libre.’ El año pasado, durante el Festival Aéreo de Río, gané BRL 200 —no porque lo predije, sino porque asistí con intención, respirando, como si cada despegue fuera una oración. Aviator no te hace rico. Te hace tranquilo. Te hace verte cuando la pantalla se apaga.