Cuando la pantalla se apaga

No empecé a jugar Aviator para ganar. Lo hice porque mis manos temblaban bajo la luz de la pantalla, con café frío y un silencio demasiado fuerte. El juego no me curó, pero me dio espacio. Al principio, hacía clic en ‘Take Off’ como un niño persiguiendo fuegos. Creí que si volaba más alto, sería completo. Pero los números mentían. El verdadero RTP no era 97%: era el silencio entre giros. Establecí un presupuesto diario: BRL 50. No para perder menos, sino para sentir más. Cada sesión se volvió ritual: 20 minutos, sin estrías, sin trucos. Solo el zumbido del motor mientras las nubes se separaban—y por un momento, me vi a mí misma: no como jugadora, sino como alguien que respira.